17/7/11

No es lo mismo oír que escuchar


La expresión de “predicar en el desierto” refleja perfectamente el problema que tiene la educación vial con muchos sujetos, la de transmitir su mensaje. Se pueden diseñar campañas perfectas, con un mensaje claro, sin atentar contra la sensibilidad… pero dirigidos a una persona que no sea capaz sólo de recibir el mensaje, también de asimilarlo.
No es lo mismo oír que escuchar. De eso saben mucho los profesores en general. Saben que sus alumnos les oyen, puesto que no tienen trastornos auditivos y el ruido ambiente no es un
inconveniente normalmente. Eso sí, que les oigan no garantizan ni mucho menos que la lección se esté asimilando. Hay muchas razones para no escuchar, pero dividámoslas entre no poder y no querer.
Imaginemos que sorprendemos a un hombre claramente ebrio, que no puede ni mantenerse de pie y en vez de hablar balbucea como cuando era lactante. Saca de su bolsillo las llaves y se aproxima a un coche que es suyo, abre la puerta y en ese momento nuestra conciencia ciudadana nos invita a disuadirle para evitar un desenlace desagradable más que previsible.

“Perdona, creo que no te encuentras capaz de conducir en este momento. Tus reflejos y habilidades en este momento son casi nulas, no podrás circular ni 100 metros en línea recta sin colisionar. Estás incapacitado, espera unas horas a que se te pase o llama a un taxi. Podrías matarte o matar a alguien”. Este podría ser un ejemplo.
A ti, lector, puede parecerte perogrullo puro y duro, verdades como puños, lógica aplastante o dogmas, llámalo como quieras. Eso sí, ¿qué pasa por la cabeza del que recibe el minidiscurso? Esto: “blablablablablablabla”. Y todos sabemos que “bla” no tiene ningún significado, es decir, le entra por un oído y le sale por el otro. Pero no sólo eso, te contestará:
“He bebido un poquito, pero estoy perfectamente. Voy bien. Iré un poco más despacito, que yo soy un buen conductor, además, nunca me ha pasado nada. [Comentario alusivo a los controles aquí] Sé lo que me hago”. Esto quiere decir que habremos perdido el tiempo, las posibilidades de que el sujeto se dé cuenta de la situación real y asimile es mínima, y eso es bastante frustrante.

La DGT, universidades, el Ministerio del Interior… me da igual, cualquiera puede generar mensajes perfectos que cualquier persona con un mínimo cociente intelectual, que entienda castellano (o lo que sea) y capacidad auditiva puede entender. Pero no sólo se trata de que se entienda, sino de que “entre”. Y para eso hay que buscar recursos auxiliares.
De la misma forma que intentar enseñarle a un perro el código Morse para que hable conmigo es una pérdida de tiempo, emitir mensajes a quien no tiene ninguna intención de asimilarlos casi lo es, pues habría que descartar el retraso mental o trastornos cognitivos de entrada, ¿o no? Los hay que se ofenden y todo.
Por eso muchas campañas de la DGT no tienen el problema de que sean malas campañas, sino de que no se asimilan. No soy psicólogo, pero creo que está claro que se cree en algo o se asimila cuando se demuestra o se verifica. No es lo mismo ver en un anuncio de la TV el “no corras” a que te lo diga un paralítico que en su día se pasaba ese mensaje por el Arco del Triunfo, lo segundo será más efectivo y didáctico.

Una de las facetas del permiso por puntos es la reeducación de los infractores. La predisposición no suele ser buena, se percibe como recaudación estatal para que a uno “le den el coñazo” durante unas horas. Aunque los cursos fueran gratuitos, el dinero de alguna parte tiene que salir, ¿qué mejor origen que quien propicia esa necesidad de reeducación?
Con esto quiero decir que estos cursos que restituyen los puntos (si se superan, claro está) son un mal necesario. Asímismo, el sistema debe mejorar desde la autoescuela, incluso antes, para que el alumno no sea sólo capaz de marcar respuestas correctas en un test, sino que también esté convencido de por qué señala una casilla y no la otra.
A igualdad de habilidades y experiencia, un conductor concienciado es siempre preferible al que no lo está. Y esto es como la gravedad, nos puede gustar o no, pero si nos tiramos desde la azotea de un edificio lo más seguro es que nos matemos contra el suelo. No seas cabezota, escucha.

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